Para ello se bastaron con unas diademas electroencefalográficas (EEG), un dispositivo equipado con una especie de tentáculos negros con sensores repartidos estratégicamente por toda la cabeza, y un ordenador para recibir las tareas que debían imaginar. Como en una carrera al uso, el speaker dio la salida y los participantes tenían que concentrarse en la tarea propuesta para elevar y mover el dron. Algunos no consiguieron avanzar más que unos pocos pasos, mientras otros cruzaron con confianza la línea de meta.
Sin embargo, quien ganara la prueba era lo menos importante. El objetivo se centraba más bien en sacar la investigación de los laboratorios y popularizar el uso de la interfaz cerebro-ordenador o BCI (por las siglas en inglés de Brain Computer Interfaces), hasta ahora más orientada a fines médicos, pero cuya aplicación potencial parece estar limitada sólo por la imaginación humana.
Según un artículo publicado en la revista online Phys.org, los organizadores aspiran a convertir el evento en un espectáculo interuniversitario anual que implique movimientos y retos cada vez más dinámicos. Esto permitirá seguir recopilando datos del cerebro de una forma divertida, información que revertirá en una mejor comprensión de este apasionante órgano humano.