Recién ha terminado uno de los eventos más importantes de cada año para conocer lo que se nos viene en tecnología, y de seguro no cesarán las sorpresas durante este año que apenas comienza, pero, mas allá de todas estas maravillas me impresiona ese elemento común a todas, invariable y su vez vital: la Internet ha venido para quedarse para siempre en nuestras vidas y ha transformado nuestra forma de vida.
Hoy día se habla del internet de las cosas, el cual consiste básicamente en la “interconexión de dispositivos” a la red, pero es una idea que incluso algunos estudiosos la consideran el “próximo gran salto” en nuestras vidas. Tiene implicaciones mucho más profundas que las de la simple vinculación entre aparatos e internet. Supone una aproximación mas real y profunda al modo de vida de la gente y la tecnología: sus hábitos de consumo, la forma y frecuencia en que usa los equipos, la posibilidad de conocer si estos están dañados, próximos a vencerse –sí, cosas como fármacos y alimentos también entran en el internet de las cosas, como explicaré posteriormente- , entre otras cosas.
Pensar en el Internet de las cosas me recuerda los primeros minutos de la película futurista La Isla, donde, en la escena inicial aparece un hombre usando el inodoro y a su vez recibiendo información médica producto del análisis de sus excreciones. En la escena siguiente, aparece en una especie de bufé y al identificarse en el sistema este le indica qué alimentos puede comer a partir de los resultados obtenidos anteriormente.
Ejemplos como este permiten ilustrar el avance que puede tener la humanidad cuando sea capaz de contabilizar todo a su alrededor. Esa corriente casi infinita de datos permitiría conocer más precisamente las macro tendencias del entorno y qué hacer al respecto. De esto hablaremos en una próxima entrada.